deysi garamendi
HOLA AMOR SOY DEYSI DEJAME DECIRTE ALGO QUE DERREPENTE TE ASUSTE PERO ES LA VERDAD SOY UNA INSACIABLE EN LA CAMA Y ESTOY DISPUESTA A QUE ME HAGAS DE TODO ATAME A LA CAMA, AZOTAME, EMPUJAME CONTRA LA PARED Y METEMELO POR ATRAS, PONME EN 4 PATAS Y SIGUE METIENDOMELO, QUIERO QUE TU PENE ENTRE Y SALGA DE MI VAGINA Y QUE ME SOBE QUE ESTE BIEN DURO. GRITAREMOS JUNTOS DE PLACER, MI CUERPO Y EL TUYO SE ESTREMECERAN Y QUEDARAN UNIDOS Y LLEGAREMOS AL MAXIMO PLACER, TE GUSTARA TANTO QUE QUERRAS BUSCARME UNA Y OTRA VEZ. SI ESTAS DISPUESTO HACERLO ASI COMO A MI ME GUSTA BUSCAME EN ESTE NUMERO : 3850919 o
LA MENACHO II MZ J LOT 11 AGUSTINO
deysi garamendi solis, arrechita,goloza, sexual. virgen
XXX
jueves 8 de enero de 2005
HOLA AMOR SOY DEYSI DEJAME DECIRTE ALGO QUE DERREPENTE TE ASUSTE PERO ES LA VERDAD SOY UNA INSACIABLE EN LA CAMA Y ESTOY DISPUESTA A QUE ME HAGAS DE TODO ATAME A LA CAMA, AZOTAME, EMPUJAME CONTRA LA PARED Y METEMELO POR ATRAS, PONME EN 4 PATAS Y SIGUE METIENDOMELO, QUIERO QUE TU PENE ENTRE Y SALGA DE MI VAGINA Y QUE ME SOBE QUE ESTE BIEN DURO. GRITAREMOS JUNTOS DE PLACER, MI CUERPO Y EL TUYO SE ESTREMECERAN Y QUEDARAN UNIDOS Y LLEGAREMOS AL MAXIMO PLACER, TE GUSTARA TANTO QUE QUERRAS BUSCARME UNA Y OTRA VEZ. SI ESTAS DISPUESTO HACERLO ASI COMO A MI ME GUSTA BUSCAME EN ESTE NUMERO : 3850919 o
LA MENACHO II MZ J LOT 11 AGUSTINO
deysi garamendi solis, arrechita,goloza, sexual. virgen
XXX
jueves 8 de enero de 2005
DEYSI
From: XXX
To: XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX; XXX
Subject: deysi
Date: Fri, 9 Apr 2010 21:32:03 0500
DEYSI GARAMENDI SOLIS
"COMO ME CONVERTI EN AMANTE DE HOMBRES MAYORES"
DEYSI GARAMENDI SOLIS era una preciosidad, y de figura perfecta. No obstante su , sus dulces senos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las que placen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suave como los perfumes de Arabia, y su piel parecÃa de terciopelo. DEYSI GARAMENDI SOLIS sabÃa, desde luego, cuáles eran sus encantos, y erguÃa su cabeza con tanto orgullo y coqueterÃa como pudiera hacerlo una reina. No resultaba difÃcil ver que despertaba admiración al observar las miradas de anhelo y lujuria que le dirigÃan los jóvenes, y a veces también los hombres ya más maduros. En el exterior del templo se produjo un silencio general, y todos los rostros se volvieron a mirar a la linda DEYSI GARAMENDI SOLIS, manifestaciones que hablaban mejor que las palabras de que era la más admirada por todos los ojos, y la más deseada por los corazones masculinos.
Sin embargo, sin prestar la atención a lo que era evidentemente un suceso de todos los dÃas, la damita se encaminó con paso decidido hacia su hogar, en compañÃa de su tÃa, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. No diré que la seguÃ, puesto que iba con ella, y pude contemplar cómo la gentil jovencita alzaba una de sus exquisitas piernas para cruzarÃa sobre la otra con el fin de desatarse las elegantes y pequeñÃsimas botas de cabritilla.
Brinqué sobre la alfombra y me di a examinarla. Siguió la otra bota, y sin apartar una de otra sus rollizas pantorrillas, DEYSI GARAMENDI SOLIS se quedó viendo la misiva plegada que yo advertà que el joven habÃa depositado secretamente en sus manos.
Observándolo todo desde cerca, pude ver las curvas de los muslos que se desplegaban hacia arriba hasta las jarreteras, firmemente sujetas, para perderse luego en la oscuridad, donde uno y otro se juntaban en el punto en que se reunÃan con su hermoso bajo vientre para casi impedir la vista de una fina hendidura color durazno, que apenas asomaba sus labios por entre las sombras. De pronto DEYSI GARAMENDI SOLIS dejó caer la nota, y habiendo quedado abierta, me tomé la libertad de leerla también.
"Esta noche, a las ocho, estaré en el antiguo lugar". Eran las únicas palabras escritas en el papel, pero al parecer tenÃan un particular interés para ella. puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa.
Se habÃa despertado mi curiosidad, y deseosa de saber más acerca de la interesante joven, lo que me proporcionaba la agradable oportunidad de continuar en tan placentera promiscuidad, me apresuré a permanecer tranquilamente oculta en un lugar recóndito y cómodo, aunque algo húmedo, y no salà del mismo, con el fin de observar el desarrollo de los acontecimientos, hasta que se aproximó la hora de la cita.
DEYSI GARAMENDI SOLIS se vistió con meticulosa atención, y se dispuso a trasladarse al jardÃn que rodeaba la casa de campo donde moraba, fui con ella.
Al llegar al extremo de una larga y sombreada avenida la muchacha se sentó en una banca rústica, y esperó la llegada de la persona con la que tenÃa que encontrarse.
No pasaron más de unos cuantos minutos antes de que se presentara el joven que por la mañana se habÃa puesto en comunicación con mi deliciosa amiguita.
Se entabló una conversación que, sà debo juzgar por la abstracción que en ella se hacÃa de todo cuanto no se relacionara con ellos mismos, tenÃa un interés especial para ambos.
AnochecÃa, y estábamos entre dos luces. Soplaba un airecillo caliente y confortable, y la joven pareja se mantenÃa entrelazada en el banco, olvidados de todo lo que no fuera su felicidad mutua.
â??No sabes cuánto te quiero, DEYSI GARAMENDI SOLIS murmuró el joven, sellando tiernamente su declaración con un beso depositado sobre los labios que ella ofrecÃa.
â??SÃ, lo sé â??contestó ella con aire inocenteâ??. ¿No me lo estás diciendo constantemente? Llegaré a cansarme de oÃr esa canción. DEYSI GARAMENDI SOLIS agitaba inquietamente sus lindos pies, y se veÃa meditabunda.
â??¿Cuándo me explicarás y enseñarás todas esas cosas divertidas de que me has hablado? â??preguntó ella por fin, dirigiéndole una mirada, para volver luego a clavar la vista en el suelo.
â??Ahora â??repuso el jovenâ??. Ahora, querida DEYSI GARAMENDI SOLIS, que estamos a solas y libres de interrupciones. ¿Sabes, DEYSI GARAMENDI SOLIS? Ya no somos unos chiquillos.
DEYSI GARAMENDI SOLIS asintió con un movimiento de cabeza.
â??Bien; hay cosas que los niños no saben, y que los amantes no sólo deben conocer, sino también practicar.
â??¡Válgame Dios! â??dijo ella, muy seria.
â?? Sà â??continuó su compañeroâ??. Hay entre los que se aman cosas secretas que los hacen felices, y que son causa de la dicha de amar y ser amado.
â??¡Dios mÃo! â??Exclamó DEYSI GARAMENDI SOLIS â??. ¡Qué sentimental te has vuelto, Carlos! TodavÃa recuerdo cuando me decÃas que el sentimentalismo no era más que una patraña.
â??Asà lo creÃa, hasta que me enamoré de ti â??replicó el joven.
â??¡TonterÃas! â??Repuso DEYSI GARAMENDI SOLIS â??. Pero sigamos adelante, y cuéntame lo que me tienes prometido.
â??No te lo puedo decir si al mismo tiempo no te lo enseño â??contestó Carlosâ??. Los conocimientos sólo se aprenden observándolos en la práctica. â??¡Anda, pues! ¡Sigue adelante y enséñame! â??exclamó la muchacha, en cuya brillante mirada y ardientes mejillas creà descubrir que tenÃa perfecto conocimiento de la clase de instrucción que demandaba.
En su impaciencia habÃa un no sé qué cautivador. El joven cedió a este atractivo y, cubriendo con su cuerpo el de la bella damita, acercó sus labios a los de ella y la besó embelesado.
DEYSI GARAMENDI SOLIS no opuso resistencia; por el contrario colaboró devolviendo las caricias de su amado.
Entretanto la noche avanzaba; los árboles desaparecÃan tras. la oscuridad, y extendÃan sus altas copas como para proteger a los jóvenes contra la luz que se desvanecÃa.
De pronto Carlos se deslizó a un lado de ella y efectuó un ligero movimiento. Sin oposición de parte de DEYSI GARAMENDI SOLIS pasó su mano por debajo de las enaguas de la muchacha. No satisfecho con el goce que le causó tener a su alcance sus medias de seda, intentó seguir más arriba, y sus inquisitivos dedos entraron en contacto con las suaves y temblorosas carnes de los muslos de la muchacha.
El ritmo de la respiración de DEYSI GARAMENDI SOLIS se apresuró ante este poco delicado a sus encantos. Estaba, empero, muy lejos de resistirse; indudablemente le placÃa el excitante jugueteo.
Tócalo murmuróâ??. Te lo permito.
Carlos no necesitaba otra invitación. En realidad se disponÃa a seguir adelante, y captando en el acto el alcance del permiso, introdujo sus dedos más adentro.
La complaciente muchacha abrió sus muslos cuando él lo hizo, y de inmediato su mano alcanzó los delicados labios rosados de su linda rendija. Durante los diez minutos siguientes la pareja permaneció con los labios pegados, olvidada de todo. Sólo su respiración denotaba la intensidad de las sensaciones que los embargaba en aquella de XXX sintió un delicado objeto que adquirÃa rigidez bajo sus ágiles dedos, y que sobresalÃa de un modo que le era desconocido.
En aquel momento DEYSI GARAMENDI SOLIS cerró sus ojos, y dejando caer su cabeza hacia atrás se estremeció ligeramente, al tiempo que su cuerpo devenÃa ligero y lánguido, y su cabeza buscaba apoyo en el brazo de su amado.
â??¡Oh, Carlos! â??murmuróâ??. ¿Qué me estás haciendo? ¡Qué deliciosas sensaciones me proporcionas!
El muchacho no permaneció ocioso, pero habiendo ya explorado todo lo que le permitÃa la postura en que se encontraba, se levantó, y comprendiendo la necesidad de satisfacer la pasión que con sus actos habÃa despertado, le rogó a su compañera que le permitiera conducir su mano hacia un objeto querido, que le aseguró era capaz de producirle mucho mayor placer que el que le habÃan proporcionado sus dedos.
Nada renuente, DEYSI GARAMENDI SOLIS se asió a un nuevo y delicioso objeto y, ya fuere porque experimentaba la curiosidad que simulaba, o porque realmente se sentÃa transportada por deseos recién nacidos, no pudo negarse a llevar de la sombra a la luz el erecto objeto de su amigo.
Aquellos de mis lectores que se hayan encontrado en una situación similar, podrán comprender rápidamente el calor puesto en empuñar la nueva adquisición, y la mirada de bienvenida con que acogió su primera aparición en público.
Era la primera vez que DEYSI GARAMENDI SOLIS contemplaba un miembro masculino en plena manifestación de poderÃo, y aunque no hubiera sido asÃ, el que yo podÃa ver cómodamente era de tamaño formidable. Lo que más le incitaba a profundizar en sus conocimientos era la blancura del tronco y su roja cabeza, de la que se retiraba la suave piel cuando ella ejercÃa presión.
Carlos estaba igualmente enternecido. Sus ojos brillaban y su mano seguÃa recorriendo el tesoro del que habÃa tomado posesión. Mientras tanto los jugueteos de la manecita sobre el miembro con el que habÃa entrado en contacto habÃan producido los efectos que suelen observarse en circunstancias semejantes en cualquier organismo sano y vigoroso, como el del caso que nos ocupa.
Arrobado por la suave presión de la mano, los dulces y deliciosos apretones, y la inexperiencia con que la jovencita tiraba hacia atrás los pliegues que cubrÃan la exuberante fruta, para descubrir su roja cabeza encendida por el deseo, y con su diminuto orificio en espera de la oportunidad de expeler su viscosa ofrenda, el joven estaba enloquecido de lujuria, y DEYSI GARAMENDI SOLIS era presa de nuevas y raras sensaciones que la arrastraban hacia un torbellino de apasionada excitación que la hacÃa anhelar un desahogo todavÃa desconocido.
Con sus hermosos ojos entornados, entreabiertos sus húmedos labios, la piel caliente y enardecida a causa de los desconocidos impulsos que se habÃan apoderado de su persona, era vÃctima propicia para quienquiera que tuviese aquel momento la oportunidad. y quisiera lograr sus favores y arrancarle su delicada rosa .
No obstante su XXX no era tan ciego como para dejar escapar tan brillante oportunidad. Además su pasión, ahora a su máximo, lo incitaba a seguir adelante, desoyendo los consejos de prudencia que de otra manera hubiera escuchado.
Encontró palpitante y bien húmedo el centro que se agitaba bajo sus dedos; contempló a la hermosa muchacha tendida en una invitación al deporte del amor, observó sus hondos suspiros, que hacÃan subir y bajar sus senos, y las fuertes emociones sensuales que daban vida a las radiantes formas de su joven compañera.
Las suaves y turgentes piernas de la muchacha estaban expuestas a las apasionadas miradas del joven.
A medida que iba alzando cuidadosamente sus ropas Ãntimas, Carlos descubrÃa los secretos encantos de su adorable compañera, hasta que sus ojos en llamas se posaron en los rollizos miembros rematados en las blancas caderas y el vientre palpitante.
Su ardiente mirada se posó entonces en el centro mismo de atracción, en la rosada hendidura escondida al pie de un turgente monte de Venus, apenas sombreado por el más suave de los vellos.
El cosquilleo que le habÃa administrado, y las caricias dispensadas al objeto codiciado, habÃan provocado el flujo de humedad que suele suceder a la excitación, y DEYSI GARAMENDI SOLIS ofrecÃa una rendija que antojábase un durazno, bien rociado por el mejor y más dulce lubricante que pueda ofrecer la naturaleza.
Carlos captó su oportunidad, y apartando suavemente la mano con que ella le asÃa el miembro, se lanzó furiosamente, sobre la reclinada figura de ella.
Apresó con su brazo izquierdo su breve cintura; abrazó las mejillas de la muchacha con su cálido aliento, y sus labios apretaron los de ella en un largo, apasionado y apremiante beso. Tras de liberar a su mano izquierda, trató de juntar los cuerpos lo más posible en aquellas partes que desempeñan el papel activo en el placer sensual, esforzándose ansiosamente por completar la unión.
DEYSI GARAMENDI SOLIS sintió por primera vez en su vida el contacto mágico del órgano masculino con los labios de su rosado orificio. Tan pronto como percibió el ardiente contacto con la dura cabeza del miembro de Carlos se estremeció perceptiblemente, y anticipándose a los placeres de los actos venéreos, dejó escapar una abundante muestra de su susceptible naturaleza.
Carlos estaba embelesado, y se esforzaba en buscar la máxima perfección en la consumación del acto.
Pero la naturaleza, que tanto habÃa influido en el desarrolló de las pasiones sexuales de DEYSI GARAMENDI SOLIS, habÃa dispuesto, que algo tenÃa que realizarse antes de que fuera cortado tan fácilmente un capullo tan tempranero.
Ella era muy joven, inmadura â??incluso en el sentido de estas visitas mensuales que señalan el comienzo de la pubertadâ?? y sus partes, aun cuando estaban llenas de perfecciones y de frescura, estaban poco preparadas para la admisión de los miembros masculinos, aun los tan moderados como el que, con su redonda cabeza intrusa, se luchaba en aquel momento por buscar alojamiento en ellas.
En vano se esforzaba Carlos presionando con su excitado miembro hacia el interior de las delicadas partes de la adorable muchachita.
Los rosados pliegues del estrecho orificio resistÃan todas las tentativas de penetración en la mÃstica gruta. En vano también la linda DEYSI GARAMENDI SOLIS, en aquellos momentos inflamada por una excitación que rayaba en la furia, y semienloquecida por efecto del cosquilleo que ya habÃa resentido, secundaba por todos los medios los audaces esfuerzos de su joven amante.
La membrana era fuerte y resistÃa bravamente. Al fin, en un esfuerzo desesperado por alcanzar el objetivo propuesto, el joven se hizo atrás por un momento, para lanzarse luego con todas sus fuerzas hacia adelante, con lo que consiguió abrirse paso taladrando en la obstrucción, y adelantar la cabeza y parte de su endurecido miembro en el sexo de la muchacha que yacÃa bajo él.
DEYSI GARAMENDI SOLIS dejó escapar un pequeño grito al sentir la puerta que conducÃa a sus secretos encantos, pero lo delicioso del contacto le dio fuerzas para resistir el dolor con la esperanza del alivio que parecÃa estar a punto de llegar.
Se ha dicho que ce nâ??est que le premier coup qui coute, pero cabe alegar que también es perfectamente posible que quelquejois il cauto trops, como puede inferir el lector conmigo en el caso presente.
Sin embargo. y por muy extraño que pueda parecer, ninguno de nuestros amantes tenÃa la idea al respecto, pues entregados por entero a las deliciosas sensaciones que se habÃan apoderado de ellos, unÃan sus esfuerzos para llevar a cabo ardientes movimientos que ambos sentÃan que iban a llevarlos a un éxtasis.
Todo el cuerpo de DEYSI GARAMENDI SOLIS se estremecÃa de delirante impaciencia, y de sus labios rojos se escapaban cortas exclamaciones delatoras del supremo deleite; estaba entregada en cuerpo y alma a las delicias del coito. Sus contracciones musculares en el arma que en aquellos momentos la tenÃa ya ensartada, el firme abrazo con que sujetaba el contorsionado cuerpo del muchacho, la delicada estrechez de la húmeda funda, ajustada como un guante, todo ello excitaba los sentidos de Carlos hasta la locura.
Hundió su instrumento hasta la raÃz en el cuerpo de ella, hasta que los dos globos que abastecÃan de masculinidad al campeón alcanzaron contacto con los firmes cachetes de las nalgas de ella. No pudo avanzar más, y se entregó de lleno a recoger la cosecha de sus esfuerzos.
Pero DEYSI GARAMENDI SOLIS, insaciable en su pasión, tan pronto como vio realizada la completa unión Que deseaba, entregándose al ansia de placer que el rÃgido y caliente miembro le proporcionaba, estaba demasiado excitada para interesarse o preocuparse por lo que pudiera ocurrir después. PoseÃda por locos espasmos de lujuria, se apretujaba contra el objeto de su placer y, acogiéndose a los brazos de su amado, con apagados quejidos de intensa emoción extática y grititos de sorpresa y deleite, dejo escapar una copiosa emisión que, en busca de salida, inundó los testÃculos de Carlos.
Tan pronto como el joven pudo comprobar el placer que le procuraba a la hermosa DEYSI GARAMENDI SOLIS, y advirtió el flujo que tan profusamente habÃa derramado sobre él, fue presa también de un acceso de furia lujuriosa. Un rabioso torrente de deseo pareció inundarle las venas. Su instrumento se encontraba totalmente hundido en las entrañas de ella. Echándose hacia atrás, extrajo el ardiente miembro casi hasta la cabeza y volvió a hundirlo. Sintió un cosquilleo crispante, enloquecedor. Apretó el abrazo que le mantenÃa unido a su joven amante, y en el mismo instante en que otro grito de arrebatado placer se escapaba del palpitante pecho de ella, sintió su propio jadeo sobre el seno de DEYSI GARAMENDI SOLIS, mientras derramaba en el interior de su agradecida matriz un verdadero torrente de vigor .
Un apagado gemido de lujuria satisfecha escapó de los labios entreabiertos de DEYSI GARAMENDI SOLIS, al sentir en su interior el derrame de fluido seminal. Al propio tiempo el lascivo frenesà de la emisión le arrancó a Carlos un grito penetrante y apasionado mientras quedaba tendido con los ojos en blanco, como el acto final del drama sensual.
El grito fue la señal para una interrupción tan repentina como inesperada. Entre las ramas de los arbustos próximos se coló la siniestra figura de un hombre que se situó de pie delante de los jóvenes amantes.
El horror heló la sangre de ambos.
Carlos, escabulléndose del que habÃa sido su lúbrico y cálido refugio, y con un esfuerzo por mantenerse en pie, retrocedió ante la aparición, como quien huye de una espantosa serpiente.
Por su parte la gentil DEYSI GARAMENDI SOLIS, tan pronto como advirtió la presencia del intruso se cubrió el rostro con las manos, encogiéndose en el banco que habÃa sido mudo testigo de su goce, e incapaz de emitir sonido alguno a causa del temor, se dispuso a esperar la tormenta que sin duda iba a desatarse, para enfrentarse, a ella con toda la presencia de ánimo de que era capaz.
No se prolongó mucho su incertidumbre.
Avanzando rápidamente hacia la pareja culpable, el recién llegado tomó al jovencito por el brazo, mientras con una dura mirada autoritaria le ordenaba que pusiera orden en su vestimenta.
â?? ¡Muchacho imprudente! â??Murmuró entre dientesâ??. ¿Qué hiciste? ¿Hasta qué extremos te ha arrastrado tu pasión loca y salvaje? ¿Cómo podrás enfrentarte a la ira de tu ofendido padre? ¿Cómo apaciguarás su justo resentimiento cuando yo, en el ejercicio de mi deber moral, le haga saber el daño causado por la mano de su único hijo?
Cuando terminó de hablar, manteniendo a Carlos todavÃa sujeto por la muñeca, la luz de la luna descubrió la figura de un hombre de aproximadamente cuarenta y cinco años, bajo, gordo y más bien corpulento. Su rostro, francamente hermoso, resultaba todavÃa más atractivo por efecto de un par de ojos brillantes que, como el azabache, lanzaban en torno a él adustas miradas de apasionado resentimiento. VestÃa hábitos clericales, cuyo sombrÃo aspecto y limpieza hacÃan resaltar todavÃa más sus notables proporciones musculares y su sorprendente fisonomÃa, Carlos estaba confundido por completo, y se sintió egoÃsta e infinitamente aliviado cuando el fiero intruso se volvió hacia su joven compañera de goces libidinosos.
â??En cuanto a ti, infeliz muchacha, sólo puedo expresarte mi máximo horror y mà justa indignación. Olvidándote de los preceptos de nuestra santa madre iglesia, sin importarte el honor, has permitido a este perverso y presuntuoso muchacho que pruebe la fruta prohibida. ¿Qué te queda ahora? Escarnecida por tus amigos y arrojada del hogar de tu tÃo, tendrás que asociarte con las bestias del campo, XXX Nabucodonosor, serás eludida por los tuyos para evitar la contaminación, y tendrás que implorar por los caminos del Señor un miserable sustento. ¡Ah, hija del pecado, criatura entregada a la lujuria y a Satán! Yo te digo que...
El extraño habÃa ido tan lejos en su amonestación a la infortunada muchacha, que DEYSI GARAMENDI SOLIS, abandonando su actitud encogida y levantándose, unió lágrimas y súplicas en demanda de perdón para ella y para su joven amante.
â??No digas más â??siguió, al cabo, el fiero sacerdoteâ??. No digas más. Las confesiones no son válidas, y las humillaciones sólo añaden lodo a tu ofensa. Mi mente no acierta a concretar cuál sea mi obligación en este sucio asunto, pero si obedeciera los dictados de mis actuales inclinaciones me encaminarÃa directamente hacia tus custodios naturales para hacerlas saber de inmediato las infamias que por azar he descubierto.
â??¡Por piedad! ¡Compadeceos de mÃ! â??suplicó DEYSI GARAMENDI SOLIS, cuyas lágrimas se deslizaban por unas mejillas que hacÃa poco habÃan resplandecido de placer.
â??¡Perdonadnos. padre! ¡Perdonadnos a los dos! Haremos cuanto esté en nuestras manos como penitencia. Se dirán seis misas y muchos padrenuestros sufragados por nosotros, Se emprenderá sin duda la peregrinación al sepulcro de San Engulfo, del que me hablabais el otro dÃa. Estoy dispuesto a cualquier sacrificio si perdonáis a mi querida DEYSI GARAMENDI SOLIS.
El sacerdote impuso silencio con un ademán. Después tomó la palabra, a veces en un tono piadoso que contrastaba con sus maneras resueltas y su natural duro.
â??¡Basta! â??dijoâ??. Necesito tiempo. Necesito invocar la ayuda de la Virgen bendita, que no conoce e] pecado, pero que, sin experimentar el placer carnal de la copulación de los mortales, trajo al mundo al niño Jesús en el establo de Belén. Pasa a yerme mañana a la sacristÃa, DEYSI GARAMENDI SOLIS. AllÃ, en el recinto adecuado, te revelaré cuál es la voluntad divina con respecto a tu pecado. En cuanto a ti, joven impetuoso, me reservo todo juicio y toda acción hasta el dÃa siguiente, en el que te espero a la misma hora.
Miles de gracias surgieron de las gargantas de ambos penitentes cuando el padre les advirtió que debÃan marcharse ya.
La noche hacÃa mucho que habÃa caÃdo, y se levantaba el relente.
â??Entretanto, buenas noches, y que la paz sea con vosotros. Vuestro secreto está a salvo conmigo hasta que nos volvamos a ver â??dijo el padre antes de desaparecer.
CURIOSA POR SABER EL DESARROLLO DE UNA aventura en la que ya estaba verdaderamente interesada, al propio tiempo que por la suerte de la gentil y amable DEYSI GARAMENDI SOLIS, me sentà obligada a permanecer junto a ella, y por lo tanto tuve buen cuidado de no molestarla con mis atenciones, no fuera a despertar su resistencia y a desencadenar un a destiempo, en un momento en el que para el buen éxito de mis propósitos necesitaba estar en el propio campo de operaciones de la joven. No trataré de describiros el mal rato que pasó mi joven protegida en el intervalo transcurrido desde el momento en que se
produjo el enojoso descubrimiento del padre confesor y la hora señalada por éste para visitarle en la sacristÃa, con el fin de decidir sobre el sino de la infortunada DEYSI GARAMENDI SOLIS. Con paso incierto y la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante la puerta de aquélla y llamó. La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral. A un signo del sacerdote DEYSI GARAMENDI SOLIS entró, permaneciendo de pie frente a la imponente figura del santo varón. Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por algunos segundos. El padre Ambrosio lo rompió al fin para decir: â??Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija mÃa. La estricta obediencia del penitente es el primer signo espiritual que conduce al perdón divino. Al oÃr aquellas bondadosas palabras DEYSI GARAMENDI SOLIS cobraron aliento y pareció descargarse de un peso que oprimÃa su corazón.
El padre Ambrosio siguió hablando, al tiempo que se sentaba sobre un largo cojÃn que cubrÃa una gran arca de roble. â??He pensado mucho en ti, y también rogado por cuenta tuya, hija mÃa. Durante algún tiempo no encontré manera alguna de dejar a mi conciencia libre de culpa, salvo la de acudir a tu protector natural para revelarle el espantoso secreto que llegué a poseer. Hizo una pausa, y DEYSI GARAMENDI SOLIS, que sabÃa muy bien el severo carácter de su tÃo, de quien además dependÃa por completo, se echó a temblar al oÃr tales palabras. Tomándola de la mano y atrayéndola de manera que tuvo que arrodillarse ante él, mientras su mano derecha presionaba su bien torneado hombro, continuó el padre: â??Pero me dolÃa pensar en los espantosos resultados que hubieran seguido a tal revelación, y pedà a la Virgen SantÃsima que me asistiera en tal tribulación. Ella me señaló un
camino que, al propio tiempo que sirve a las finalidades de la sagrada iglesia, evita las consecuencias que acarrearÃa el que el hecho llegase a conocimiento de tu tÃo. Sin embargo, la primera condición necesaria para que podamos seguir este camino es la obediencia absoluta. DEYSI GARAMENDI SOLIS, aliviada de su al oÃr que habÃa un camino de salvación, prometió en el acto obedecer ciegamente las órdenes de su padre espiritual. La jovencita estaba arrodillada a sus pies. El padre Ambrosio inclinó su gran cabeza sobre la postrada figura de ella. Un tinte de color enrojecÃa sus mejillas, y un fuego extraño iluminaba sus ojos. Sus manos temblaban ligeramente cuando se apoyaron sobre los hombros de su penitente, pero no perdió su compostura. Indudablemente su espÃritu estaba conturbado por el conflicto nacido de la necesidad de seguir adelante con el cumplimiento estricto de su deber, y los tortuosos pasos con que pretendÃa evitar su cruel exposición. El santo padre comenzó luego un largo sermón sobre la virtud de la obediencia, y de la absoluta sumisión a las normas dictadas por el ministro de la santa iglesia. DEYSI
GARAMENDI SOLIS reiteró la seguridad de que seria muy paciente, y de que obedecerÃa todo cuanto se le ordenara. Entretanto resultaba evidente para mà que el sacerdote era vÃctima de un espÃritu controlado pero rebelde, que a veces asomaba en su persona y se apoderaba totalmente de ella, reflejándose en sus ojos centelleantes y sus apasionados y ardientes labios. El padre Ambrosio atrajo más y más a su hermosa penitente, hasta que sus lindos brazos descansaron sobre sus rodillas y su rostro se inclinó hacia abajo con piadosa resignación, casi sumido entre sus manos. â??Y ahora, hija mÃa â??siguió diciendo el santo varónâ?? ha llegado el momento de que te revele los medios que me han sido señalados por la Virgen bendita como los únicos que me autorizan a absolverte de la ofensa. Hay espÃritus a quienes se ha confiado el alivio de aquellas pasiones y exigencias que la mayorÃa de los siervos de la iglesia tienen prohibido confesar abiertamente, pero que sin duda necesitan satisfacer. Se encuentran estos pocos elegidos entre aquellos que ya han seguido el camino del desahogo carnal. A ellos se les confiere el solemne y sagrado deber de atenuar los deseos terrenales de nuestra comunidad religiosa, dentro del más estricto secreto. Con voz temblorosa por la emoción, y al tiempo que sus amplias manos descendÃan de los hombros de la muchacha hasta su
cintura, el padre susurró: â??Para ti, que ya probaste el supremo placer de la copulación, está indicado el recurso a este sagrado oficio. De esta manera no sólo te será borrado y perdonado el pecado cometido, sino que se te permitirá disfrutar legÃtimamente de esos deliciosos éxtasis, de esas insuperables sensaciones de dicha arrobadora que en todo momento encontrarás en los brazos de sus fieles servidores. Nadarás en un mar de placeres sensuales, sin incurrir en las penalidades resultantes de los amores ilÃcitos. La absolución seguirá a cada uno de los abandonos de tu dulce cuerpo para recompensar a la iglesia a través de sus ministros, y serás premiada y sostenida en tu piadosa labor por la contemplación â??o mejor dicho, DEYSI GARAMENDI SOLIS, por la participación en ellasâ?? de las intensas y fervientes emociones que el delicioso disfrute de tu hermosa persona tiene que provocar. DEYSI GARAMENDI SOLIS oyó la insidiosa proposición con sentimientos mezclados de sorpresa y placer. Los poderosos y lascivos impulsos de su ardiente naturaleza despertaron en el acto ante la descripción ofrecida a su fértil imaginación. ¿Cómo dudar? El piadoso sacerdote acercó su complaciente cuerpo hacia ella, y estampó un largo y cálido beso en sus rosados labios. â??Madre Santa â??murmuró DEYSI GARAMENDI SOLIS, sintiendo cada vez más excitados sus instintos sexualesâ??. ¡Es demasiado para que pueda soportarlo! Yo quisiera... me pregunto... ¡no sé qué decir! â??Inocente y dulce criatura. Es misión mÃa la de instruirte. En mi persona encontrarás el mejor y más apto preceptor para la realización dc los ejercicios que de hoy en adelante tendrás que llevar a cabo. El padre Ambrosio cambió de postura. En aquel momento DEYSI GARAMENDI SOLIS advirtió por vez primera su ardiente mirada de sensualidad, y casi le causó temor descubrirla. También fue en aquel instante cuando se dio cuenta de la enorme protuberancia que descollaba en la parte frontal de la sotana del padre santo. El excitado sacerdote apenas se tomaba ya el trabajo de disimular su estado y sus intenciones. Tomando a la hermosa muchacha entre sus brazos la besó larga y apasionadamente. Apretó el suave cuerpo de ella contra su voluminosa persona, y la atrajo fuertemente para entrar en contacto cada vez más Ãntimo con su grácil figura. Al cabo, consumido por la lujuria, perdió los estribos, y dejando a DEYSI GARAMENDI SOLIS parcialmente en libertad, abrió el frente de su sotana y dejó expuesto a los atónitos ojos de su joven penitente y sin el rubor, un miembro cuyas gigantescas proporciones, erección y rigidez la dejaron completamente confundida. Es imposible describir las sensaciones despertadas en DEYSI GARAMENDI SOLIS por el repentino descubrimiento de aquel formidable instrumento. Su mirada se fijó instantáneamente en él, al tiempo que el padre, advirtiendo ~su asombro, pero descubriendo que en él
no habÃa mezcla alguna de alarma o de temor, lo colocó tranquilamente entre sus manos. El entablar contacto con tan tremenda cosa se apoderó de DEYSI GARAMENDI SOLIS un terrible estado de XXX quiera que hasta entonces no habÃa visto más que el miembro de moderadas proporciones de Carlos, tan notable fenómeno despertó rápidamente en ella la mayor de las sensaciones lascivas, y asiendo el inmenso objeto lo mejor que pudo con sus manecitas se acercó a él embargada por un deleite sensual verdaderamente extático. â??Santo Dios! ¡Esto es casi el cielo! â??murmuró DEYSI GARAMENDI SOLIS â??. ¡Oh, padre, quién hubiera creÃdo que iba yo a ser escogida para semejante dicha! Esto era demasiado para el padre Ambrosio. Estaba encantado con la lujuria de su linda penitente y por el éxito de su infame treta. (En efecto, él lo habÃa planeado todo, puesto que facilitó la entrevista de los jóvenes, y con ella la oportunidad de que se entregasen a sus ardorosos juegos, a escondidas de todos menos de él, que se agazapó cerca del lugar de la cita para contemplar con centelleantes ojos el combate amoroso). Levantándose rápidamente alzó el ligero cuerpo de la joven DEYSI
GARAMENDI SOLIS, y colocándola sobre el cojÃn en el que estuvo sentado él momentos antes levantó sus rollizas piernas y separando lo más que pudo sus complacientes muslos, contempló por un instante la deliciosa hendidura rosada que aparecÃa debajo del blanco vientre. Luego, sin decir palabra, avanzó su rostro hacÃa ella, e introduciendo su impúdica lengua tan adentro como pudo en la húmeda vaina dióse a succionar tan deliciosamente, que DEYSI GARAMENDI SOLIS, en un gran éxtasis pasional, y sacudido su joven cuerpo por espasmódicas contracciones de placer, eyaculó abundantemente, emisión que el santo padre engulló cual si fuera un flan. Siguieron unos instantes de calma. DEYSI GARAMENDI SOLIS reposaba sobre su espalda. con los brazos extendidos a ambos lados y la cabeza caÃda hacia atrás, en actitud de delicioso agotamiento tras las violentas emociones provocas por el lujurioso proceder del reverendo padre. Su pecho se agitaba todavÃa bajo la violencia de sus transportes, y sus hermosos ojos permanecÃan entornados en lánguido reposo. El padre Ambrosio era de los contados hombres capaces de controlar sus instintos pasionales en circunstancias como las presentes. Continuos hábitos de paciencia en espera de alcanzar los objetos propuestos, el empleo de la tenacidad en todos sus actos, y la cautela convencional propia de la orden a la que pertenecÃa, no se habÃan borrado por completo no obstante su temperamento fogoso, y aunque de natural incompatible con la vocación sacerdotal, y de deseos tan que caÃan fuera de lo común, habÃa aprendido a controlar sus pasiones hasta la mortificación. Ya es hora de que descorramos el velo que cubre el verdadero carácter de este hombre. Lo hago respetuosamente, pero la verdad debe ser dicha. El padre Ambrosio era la personificación viviente de la lujuria. Su mente estaba en realidad entregada a satisfacerla, y sus fuertes instintos animales, su ardiente y vigorosa constitución, al igual que su indomable naturaleza, lo identificaban con la imagen fÃsica y mental del sátiro de la antigüedad. Pero DEYSI GARAMENDI SOLIS sólo lo conocÃa como el padre santo que no sólo le habÃa perdonado su grave delito, sino que le habla también abierto el camino por el que podÃa dirigirse, sin pecado, a gozar de los placeres que tan firmemente tenÃa fijos en su imaginación. El osado sacerdote, sumamente complacido por el éxito de una estratagema que habÃa puesto en sus manos lujuriosas una vÃctima y también por la extraordinaria sensualidad de la naturaleza de la joven, y el evidente deleite con que se entregaba a la satisfacción de sus deseos, se disponÃa en aquellos momentos a cosechar los frutos de su supercherÃa, y disfrutaba lo indecible con la idea de que iba a poseer todos los delicados encantos que DEYSI GARAMENDI SOLIS podÃa ofrecerle para mitigar su espantosa lujuria. Al fin era suya, y al tiempo que se retiraba de su cuerpo tembloroso, conservando todavÃa en sus labios la muestra de la participación que habÃa tenido en el placer experimentado por ella, su miembro, todavÃa hinchado y rÃgido, presentaba una cabeza reluciente a causa de la presión de la sangre y el endurecimiento de los músculos. Tan pronto como la joven DEYSI GARAMENDI SOLIS se hubo recuperado del que acabamos de describir, inferido por su confesor en las partes más sensibles de su persona, y alzó la cabeza de la posición inclinada en que reposaba, sus ojos volvieron a tropezar con el gran tronco que el padre
mantenÃa impúdicamente expuesto. DEYSI GARAMENDI SOLIS pudo ver el largo y grueso mástil blanco, y la mata de pelos rizados de donde emergÃa, oscilando rÃgidamente hacia arriba, y la cabeza en forma de huevo que sobresalÃa en el extremo, roja y desnuda, y que parecÃa invitar el contacto de su mano. Contemplaba aquella gruesa y rÃgida masa de músculo y carne, e incapaz de resistir la tentación la tomó de nuevo entre sus manos. La apretó, la estrujó, y deslizó hacia atrás los pliegues de piel que la cubrÃan para observar la gran nuez que la coronaba. Maravillada, contempló el agujerito que aparecÃa en su extremo, y tomándolo con ambas manos lo mantuvo, palpitante, junto a su cara. â??¡Oh. padre! ¡Qué cosa tan maravillosa! â??exclamóâ??. ¡Qué grande! ¡ Por favor, padre Ambrosio, decidme cómo debo proceder para aliviar a nuestros santos ministros religiosos de esos sentimientos que según usted tanto los inquietan, y que hasta dolor les causan! El padre Ambrosio estaba demasiado excitado para poder contestar, pero tomando la mano de ella con la suya le enseñó a la inocente muchacha cómo tenÃa que mover sus dedos de atrás y adelante en su enorme objeto. Su placer era intenso, y el de DEYSI GARAMENDI SOLIS no parecÃa ser . Siguió frotando el miembro entre las suaves palmas de sus manos, mientras contemplaba con aire inocente la cara de él. Después le preguntó en voz queda si ello le proporcionaba gran placer, y si por lo tanto tenÃa qué seguir actuando tal como lo hacÃa. Entretanto, el gran pene del padre Ambrosio engordaba y crecÃa todavÃa más por efecto del excitante cosquilleo al que lo sometÃa la jovencita. â??Espera un momento. Si sigues frotándolo de esta manera me voy a venir â??dijo por lo bajoâ??. Será mejor retardarlo todavÃa un poco. â??¿Se vendrá, padrecito? â??inquirió DEYSI GARAMENDI SOLIS ávidamenteâ??. ¿Qué quiere decir eso? â??¡Ah, mi dulce niña, tan adorable por tu belleza como por tu inocencia! ¡Cuán divinamente llevas a cabo tu excelsa misión! â??exclamó Ambrosio, encantado de abusar de la evidente inexperiencia de su joven penitente, y de poder asà envilecerÃaâ??. Venirse significa completar el acto por medio del cual se disfruta en su totalidad del placer venéreo y supone el escape de una gran cantidad de fluido blanco y espeso del interior de la cosa que sostienes entre tus manos, y que al ser expelido proporciona igual placer al que la arroja que a la persona que, en el modo que sea, la recibe. DEYSI GARAMENDI SOLIS recordó a Carlos y su éxtasis, y entendió enseguida a lo que el padre se referÃa. â??¿Y este derrame le proporcionarÃa alivio, padre? â??Claro que sÃ, hija mÃa, y por ello deseo ofrecerte la oportunidad de que me proporciones ese alivio bienhechor, como bendito sacrificio de uno de los más humildes servidores de la iglesia. â??¡Qué delicia! â??murmuró DEYSI GARAMENDI SOLIS â??. Por obra mÃa correrá esa rica corriente, y es únicamente a mà a quien el santo varón reserva ese final placentero. ¡Cuánta felicidad me proporciona poderle causar semejante dicha! Después de expresar apasionadamente estos pensamientos, inclinó la cabeza. El objeto de su adoración exhalaba un perfume difÃcil de definir. Depositó sus húmedos labios sobre su extremo superior, cubrió con su adorable boca el pequeño orificio, y luego besó ardientemente el reluciente miembro. â??¿Cómo se llama ese fluido? â??preguntó DEYSI GARAMENDI SOLIS, alzando una vez más su lindo rostro. â??Tiene varios nombres â??replicó el santo varónâ??. Depende de la clase social a la que pertenezca la persona que lo menciona. Pero entre nosotros, hija mÃa, lo llamaremos leche. â??¿Leche? â??repitió DEYSI
GARAMENDI SOLIS inocentemente, dejando escapar el erótico vocablo por entre sus dulces labios, con una unción que en aquellas circunstancias resultaba natural. â??SÃ, hija mÃa, la palabra es leche. Por lo menos asà quisiera que lo llamaras tú. Y enseguida te inundaré con esta esencia tan preciosa. â??¿Cómo tengo que recibirla? â??preguntó DEYSI GARAMENDI SOLIS, pensando en Carlos, y en la tremenda diferencia relativa entre su instrumento y el gigantesco pene que en aquellos instantes tenÃa ante sÃ. â??Hay varios modos para ello, todos los cuales tienes que aprender. Pero ahora no estamos bien acomodados para el principal de los actos del rito venéreo, la copulación permitida de la que ya hemos hablado. Por consiguiente debemos sustituirlo por otro medio más sencillo, asà que en lugar de que descargue esta esencia llamada leche en el interior de tu cuerpo, teniendo en cuenta que la suma estrechez de tu hendidura provocarÃa que fluyera con extrema abundancia, empezaremos con la fricción por medio de tus obedientes dedos, hasta que llegue el momento en que se aproximen los espasmos que acompañan a la emisión. Llegado el instante, a una señal mÃa tomarás entre tus labios lo más que quepa en ellos de la cabeza de este objeto. hasta que, expelida la última gota, me retire satisfecho, por lo menos temporalmente. DEYSI GARAMENDI SOLIS, cuyo lujurioso instinto le habÃa permitido disfrutar la descripción hecha por el confesor, y que estaba tan ansiosa como él mismo por llevar a cumplimiento el atrevido programa, manifestó rápidamente su voluntad de complacer. Ambrosio colocó una vez más su enorme pene en manos de DEYSI GARAMENDI SOLIS. Excitada tanto por la vista como por el contacto de tan notable objeto, que tenÃa asido entre ambas manos con verdadero deleite, la joven se dio a cosquillear. frotar y exprimir el enorme y tieso miembro, de manera que proporcionaba al licencioso cura el mayor de los goces. No contenta con friccionarlo con sus delicados dedos, DEYSI GARAMENDI SOLIS, dejando escapar palabras de devoción y satisfacción, llevó la espumeante cabeza a sus rosados labios, y la introdujo hasta donde le fue posible, con la esperanza de provocar con sus toques y con las suaves caricias de su lengua la deliciosa eyaculación que debÃa sobrevenir. Esto era más de lo que el santo varón habÃa esperado, ya que nunca supuso que iba a encontrar una discÃpula tan bien dispuesta para el irregular que habÃa propuesto. Despertadas al máximo sus sensaciones por el delicioso cosquilleo de que era objeto, se disponÃa a inundar la boca y la garganta de la muchachita con el flujo de su poderosa descarga. Ambrosio comenzó a sentir que no tardarÃa en venirse, con lo que iba a terminar su placer. Era uno de esos seres excepcionales, cuya abundante eyaculación seminal es mucho mayor que la de los individuos normales. No sólo estaba dotado del singular don de poder repetir el acto venéreo con intervalos cortos, sino que la cantidad con que terminaba su placer era tan tremenda como desusada. La superabundancia parecÃa estar en relación con la proporción con que hubieran sido despertadas sus pasiones animales, y cuando sus deseos libidinosos habÃan sido prolongados e intensos, sus emisiones de semen lo eran igualmente. Fue en estas circunstancias que la dulce DEYSI GARAMENDI SOLIS habÃa emprendido la tarea de dejar escapar los contenidos torrentes de lujuria de aquel hombre. Iba a ser su dulce boca la receptora de los espesos y viscosos torrentes que hasta el momento no habÃa experimentado, e ignorante como se encontraba de los resultados del alivio que tan ansiosa estaba de administrar, la hermosa doncella deseaba la consumación de su labor, y el derrame de leche del que le habÃa hablado el buen padre. El exuberante miembro engrosaba y se enardecÃa cada vez más, a medida que los excitantes labios de DEYSI GARAMENDI SOLIS apresaban su anchurosa cabeza y su lengua jugueteaba en torno al pequeño orificio. Sus blancas manos lo privaban de su dúctil piel, o cosquilleaban alternativamente su extremo inferior. Dos veces retirá Ambrosio la cabeza de su miembro de los rosados labios de la muchacha, incapaz ya de aguantar los deseos de venirse al delicioso contacto de los mismos.
Al fin DEYSI GARAMENDI SOLIS, impaciente por el retraso, y habiendo al parecer alcanzado un máximo de perfección en su técnica, presionó con mayor energÃa que antes el tieso dardo. Instantáneamente se produjo un envaramiento en las extremidades del buen padre. Sus piernas se abrieron ampliamente a ambos lados de su penitente. Sus manos se agarraron convulsivamente del cojÃn. Su cuerpo se proyectó hacia delante y se enderezó. â??¡Dios santo! ¡Me voy a venir! â??exclamó al tiempo que con los labios entreabiertos y los ojos vidriosos lanzaba una última mirada a su inocente vÃctima. Después se estremeció profundamente, y entre lamentos y entrecortados gritos histéricos su pene, por efecto de la provocación de la jovencita, comenzó a expeler torrentes de espeso y viscoso fluido. DEYSI GARAMENDI SOLIS, comprendiendo por los chorros que uno tras otro inundaban su boca y resbalaban garganta abajo, asà como por los gritos de su compañero, que éste disfrutaba al máximo los efectos de lo que ella habÃa provocado, siguió succionando y apretujando hasta que, llena de las descargas viscosas, y semiasfixiada por su abundancia, se vio obligada a soltar aquella jeringa humana que continuaba eyaculando a chorros sobre su rostro. ¡Madre santa! â??exclamó DEYSI GARAMENDI SOLIS, cuyos labios y cara estaban inundados de la leche del padreâ??. ¡Qué placer me ha provocado! Y a usted, padre mÃo, ¿no le he proporcionado el preciado alivio que necesitaba? El padre Ambrosio, demasiado agitado para poder contestar, atrajo a la gentil muchacha hacia sus brazos, y comprimiendo sus chorreantes labios los cubrió con húmedos besos de gratitud y de placer. Transcurrió un cuarto de hora en reposo tranquilo, que ningún signo de turbación exterior vino a interrumpir. La puerta estaba bajo cerrojo, y el padre habÃa escogido
bien el momento. Mientras tanto DEYSI GARAMENDI SOLIS, terriblemente excitada por la escena que hemos tratado de describir, habÃa concebido el extravagante deseo de que el rÃgido miembro de Ambrosio realizara con ella misma la operación que habÃa sufrido con el arma de moderadas proporciones de Carlos. Pasando sus brazos en torno al robusto cuello de su confesor, le susurró tiernas palabras de invitación, observando, al hacerlo, el efecto que causaban en el instrumento que adquirÃa ya rigidez entre sus piernas. â??Me dijisteis que la estrechez de esta hendidura â??y DEYSI GARAMENDI SOLIS colocó la ancha mano de él sobre la misma, presionándola luego suavementeâ?? os harÃa descargar una abundante cantidad de leche que poseéis. ¿Por qué no he de poder, padre mÃo, sentirla derramarse dentro de mi cuerpo por la punta de esta cosa roja? Era evidente lo mucho que la hermosura de la joven DEYSI GARAMENDI SOLIS, asà como la inocencia e ingenuidad de su carácter, inflamaban el natural ya de por sà sensual del sacerdote. Saberse triunfador, tenerla absolutamente impotente entre sus manos, la delicadeza y refinamiento de la muchacha, todo ello conspiraba al máximo para despertar sus licenciosos instintos y desenfrenados deseos. Era suya, suya para gozarla a voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de su terrible lujuria, y estaba lista a entregarse a la más desenfrenada sensualidad. â??¡Por Dios, esto es demasiado! â??exclamó Ambrosio, cuya lujuria, de nuevo encendida, volvÃa a asaltarle violentamente ante tal solicitudâ??. Dulce muchachita, no sabes lo que pides. La desproporción es terrible, y sufrirás demasiado al intentarlo. â??Lo soportaré todo â??replicó DEYSI GARAMENDI SOLIS â?? con tal de poder sentir esta cosa terrible dentro de mÃ, y gustar de los chorros de leche. â??¡Santa madre de Dios! Es demasiado para ti, DEYSI GARAMENDI SOLIS. No tienes idea de las medidas de esta máquina, una vez hinchada, adorable criatura, nadarÃan en un océano de leche caliente. â??Oh padrecito! ¡Qué dicha celestial! â??Desnúdate, DEYSI GARAMENDI SOLIS. Quitate todo lo que pueda entorpecer nuestros movimientos, que te prometo serán en extremo . Cumpliendo la orden, DEYSI GARAMENDI SOLIS se despojó rápidamente de sus vestidos, y buscando complacer a su confesor con la plena exhibición de sus encantos, a fin de que su miembro se alargara en proporción a lo que ella mostrara de sus desnudeces, se despojó de hasta la más mÃnima prenda interior, para quedar tal como vino al mundo. El padre Ambrosio quedó atónito ante la contemplación de los encantos que se ofrecÃan a su vista. La amplitud de sus caderas, los capullos de sus senos, la nÃvea blancura de su piel, suave como el satÃn, la redondez de sus nalgas y lo rotundo de sus muslos, el blanco y plano vientre con su adorable monte, y, por sobre todo, la encantadora hendidura rosada que destacaba debajo del mismo, asomándose tÃmidamente entre los rollizos muslos, hicieron que él se lanzara sobre la joven con un rugido de lujuria. Ambrosio atrapó a su vÃctima entre sus brazos. Oprimió su cuerpo suave y deslumbrante contra el suyo. La cubrió de besos lúbricos, y dando rienda suelta a su licenciosa lengua prometió a la jovencita todos los goces del paraÃso mediante la introducción de su gran aparato en el interior de su vulva. DEYSI GARAMENDI SOLIS acogió estas palabras con un gritito de éxtasis, y cuando su excitado la acostó sobre sus espaldas sentÃa ya la anchurosa y tumefacta cabeza del pene gigantesco presionando los calientes y húmedos labios de su orificio casi virginal. El santo varón, encontrando placer en el contacto de su pene con los calientes labios de la vulva de DEYSI GARAMENDI SOLIS, comenzó a empujar hacia adentro con todas sus fuerzas, hasta que la gran nuez de la punta se llenó de humedad secretada por la sensible vaina. La pasión enfervorizaba a DEYSI GARAMENDI SOLIS. Los esfuerzos del padre Ambrosio por alojar la cabeza de su miembro entre los húmedos labios de su rendija en lugar de disuadirÃa la espoleaban hasta la locura, y finalmente, profiriendo un débil grito, se inclinó hacia adelante y expulsó el viscoso tributo de su lascivo temperamento. Esto era exactamente lo que esperaba el desvergonzado cura. Cuando la dulce y caliente emisión inundó su enormemente desarrollado pene, empujó resueltamente, y de un solo golpe introdujo la mitad de su voluminoso apéndice en el interior de la hermosa muchacha. Tan pronto como DEYSI GARAMENDI